Nuestro Epígrafe – Boletín Informativo del IEALC – Nº4, 26 de Septiembre de 2023.

«Gobierno o individuo que entrega los recursos naturales a empresas extranjeras, traiciona a la patria». Lázaro Cárdenas, 1940.

El epígrafe de este número 4 recuerda a Lázaro Cárdenas (1895-1970), prócer mexicano del siglo XX, aunque quizás menos conocido en el resto de América Latina que las figuras legendarias de Villa y Zapata, asociadas a la rebelión desesperada de las masas rurales pobres durante el auge revolucionario en la década de 1910. La frase estaba incluida en un documento que dejó escrito para su sucesor en la presidencia de la República, el 1° de diciembre de 1940. 

En aquella fecha Cárdenas terminaba su mandato presidencial iniciado en 1934, con un recorrido inusual para América Latina. En un continente plagado de golpes militares y dictaduras, él había sido un militar de alto mando, con abundante experiencia de combate, pero se ocupó de la pacificación del país, el retorno a la política con garantías para sus adversarios y ex conspiradores, transitando el gobierno exclusivamente por medios electorales. En un continente donde la regla es la eternización en el poder, Cárdenas ejerció un mandato constitucional como gobernador de su Estado, y otro como presidente de la Nación, retirándose a partir de entonces del ejercicio directo o indirecto del poder ejecutivo.

¿En qué contexto la frase del epígrafe se torna famosa, siendo una expresión esperable de cualquier dirigente nacionalista popular latinoamericano?

El 18 de marzo de 1938 Cárdenas había firmado el decreto de expropiación de toda la industria petrolera mexicana, que se hallaba en su totalidad en manos extranjeras, incluidas las poderosas Standard Oil y Shell. El proceso que derivó en la expropiación fue complejo, no exento de presiones y amenazas incluso militares, y contó con la puesta en tensión de todas las conquistas de la Revolución iniciada en 1910: desde el decisivo artículo 28 de la Constitución sancionada en 1917, hasta la capacidad de movilización social de masas que el Partido Nacional Revolucionario, la Central de Trabajadores de México y las confederaciones campesinas pudieron demostrar en las semanas decisivas posteriores al Decreto. La acción contundente de los ferrocarriles mexicanos nacionalizados un año antes y la compra de buques tanque permitieron debilitar el boicot de las petroleras y sus gobiernos. La expropiación fue lograda evitando cualquier indemnización sobre la estimación de valor de las reservas del recurso, pues estas, según la Constitución, pertenecían a México.

Cárdenas terminaba su mandato, el 30 de noviembre de 1940, en el cénit de su prestigio. Había tenido participación destacada y muy respetada, incluso por sus enemigos, en los años más duros de la revolución. Su rol en el desarrollo de su Estado de origen (Michoacán) que gobernó entre 1928 y 1932, había sido decisivo, fuera y dentro del gobierno. Luego, su mandato presidencial sentó las bases del Estado de bienestar mexicano, revitalizó la reforma agraria prometida por la Revolución, puso en práctica los principios de la Constitución conquistada en 1917, desarrolló economía, infraestructura, servicios y sistema de justicia que por primera vez llegaron a los rincones rurales del país, olvidados por las elites y el Estado, forjando además su prestigio internacional como tierra de asilo sin limitaciones.

Desde esa fortaleza y conciencia de los avances, hacia el fin del mandato se abrían dos opiniones en su núcleo de confianza. Su amigo y también militar y político Francisco J. Mújica, deseaba ser sucesor en la candidatura presidencial, apuntando a una aceleración de los avances revolucionarios. La mayor parte del partido, de las direcciones sindicales y sectoriales, y de las fuerzas armadas, buscaban un sendero de moderación. Desde el exterior, arreciaba una campaña contra su gobierno auspiciada por las petroleras expropiadas, que incluía boicots, presentaciones judiciales y requerimientos de embargos, y lobbies mediáticos. Cárdenas optó por una salida intermedia: ni avanzar ni retroceder, sino blindar las conquistas ya logradas y defenderlas, confiando además en que la inminencia de la mundialización de la guerra europea ya iniciada y la necesidad de un frente mundial antifascista aliviaría la presión británica, holandesa y estadounidense, cosa que efectivamente sucedió en los dos años subsiguientes. La decisión implicó negar a su amigo Mújica el apoyo para la sucesión, decisión criticada amargamente por este último y muy discutida por sus seguidores en las décadas subsiguientes. 

El resultado histórico de ese punto de inflexión fue complejo y contradictorio. El Partido Nacional Revolucionario devendría con los años -como la Central de Trabajadores Mexicanos- en un organismo crecientemente burocratizado en un proceso de pérdida de voluntad transformadora que se expresó también en un cambio de nombre: Partido Revolucionario Institucional, cuya responsabilidad en la degradación de la calidad democrática habría de ser mayúscula en las décadas siguientes. Pero por otra parte puede observarse que la epidemia de dictaduras militares en el ciclo 1930-1990 en la abrumadora mayor parte de los países latinoamericanos no golpeó a México, que mantuvo su Constitución avanzada, su política exterior de solidaridad y asilo, su Estado de bienestar, sus instituciones democrático-representativas y su arsenal de bienes de producción de propiedad pública o comunal, incluso durante el auge neoliberal abierto con el Consenso de Washington.

Lázaro Cárdenas nació en Jiquilpan, Michoacán. Con 18 años se incorporó a las fuerzas revolucionarias que, en 1913, se alzaron en distintos puntos del país contra el golpe militar de Victoriano Huerta y el asesinato de Francisco Madero. Participó en numerosas acciones de combate alcanzando el rango de general a los 25 años, en el bando constitucionalista conducido por Carranza y Obregón, combatiendo incluso al villismo en su etapa final, replegado para sobrevivir con tácticas de guerrilla en el norte poco antes de su avenimiento a la amnistía otorgada por Obregón. Posteriormente debió combatir las bandas criminales que asolaron su estado a fines de la década de 1910 al amparo de la descomposición del dominio estatal sobre el conjunto del territorio. Su rol en la pacificación de la región y en iniciativas de progreso acordes con el programa constitucionalista lo llevaron a la gobernación de Michoacán, al gabinete nacional y a la presidencia. Su política de organización obrera con orientación socialista, sus nacionalizaciones de los transportes y la energía, el planeamiento por plan sexenal basado en el desarrollo del sector público productivo y la productividad del campo liberada por la reforma agraria permitieron un brusco ascenso del bienestar de las masas populares. Al concluir su mandato se aseguró que su rol no interfiriese en la consolidación democrática y el fin del ciclo de violencia que cesó, precisamente, en la etapa de su gobernación y presidencia. Todavía en los primeros años ’40 tanto Mújica como él cumplieron un rol clave en la recomposición diplomática con Estados Unidos, recomposición que permitió el cese de las presiones por la expropiación petrolera y una alianza estratégica para preservar la región de cualquier avanzada nazi o nipona durante la Segunda Guerra Mundial. Mújica estuvo a cargo de la gobernación de Baja California y allí Cárdenas, con mando de tropas, se ocupó de que sólo el ejército mexicano se ocupase del patrullaje y control de sus costas del pacífico lindante con Estados Unidos.

Menos glamorosa quizás que la de Zapata o Villa, su biografía no ha sido objeto de grandes filmes de circuito internacional, como sucedió con aquel Zapata elevado a leyenda de la cultura de masas en la interpretación inolvidable de Brando dirigida por Elia Kazán, en 1952.

Zapata y Villa mueren asesinados en emboscadas en 1919 y 1923, respectivamente, acrecentando su leyenda, luego expandida por la memoria popular, la elevación al panteón de héroes nacionales por el Estado, los cancioneros y el cine en la cultura de masas. El imaginario de lo que quizás pudo ser, sobre todo en el caso de Zapata, supera las críticas a los errores tácticos y estratégicos de ambos que llevaron a sucesivas derrotas militares y políticas desde 1916 a los movimientos que dirigieron. En Cárdenas, como también en Mújica, la estrategia de la pacificación y la preservación de los avances constitucionalistas lleva sus biografías a un ciclo mucho más extenso, con un momento de cenit y una etapa posterior que se acerca paulatinamente al retiro y la muerte natural.

Pero las marcas de su rol se hallan esparcidas por todo México y por todo su Estado natal, y su presencia en la memoria colectiva es tan potente como la de cualquier otro prócer nacional. En Michoacán, la que iba a ser su quinta de retiro, a orillas del lago de Pátzcuaro, fue donada en vida para crear un centro internacional de alfabetización, en el mismo sitio en que en 1940 se había forjado el primer encuentro indigenista de América. A un par de kilómetros de allí, la casa de retiro de su amigo Mújica es hoy una universidad multicultural y multilingüe. De ese abono cultural surgió Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hijo del expresidente, para volver a sacudir el sistema político en aquel envión iniciado en 1988 y continuado con la experiencia política en curso hoy, a 110 años de los inicios de Lázaro Cárdenas en la revolución mexicana.

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