Observatorio Latinoamericano Nº 16. El diálogo es la ruta: los procesos de paz en Colombia

Colombia ha sido durante décadas un agujero oscuro y negro -de esos que nos hablaba la serie televisiva COSMOS del astrónomo Carl Sagan y sus seguidores de la NASA- en las ciencias sociales latinoamericanas. Ríos de bibliografía, bosques de papel y mares de tinta han sido dedicados a estudiar los procesos de Venezuela y el bolivarianismo de Hugo Chávez, el Ecuador de Correa o la Bolivia de Evo y el movimiento indígena, como décadas atrás había sucedido con la Cuba de Fidel y el Che, el Chile de Salvador Allende, la Nicaragua del sandinismo o el México de los zapatistas. Pero de Colombia… nada.

No estamos pensando en el vilipendiado y despreciado sentido común popular sino incluso en el ámbito de los supuestos “especialistas”. El desconocimiento de la historia y la realidad colombiana es inaudito y por momentos escandaloso. Dicho vacío ha sido rellenado, de la peor manera, por el relato unilateral, manipulador y malintencionado de los monopolios de la (in)comunicación. Colombia es sinónimo, hasta el día de hoy, de “violencia” (así, en abstracto, sin nombres ni apellidos, con excepción de algún capo narco convertido a posteriori en objeto de culto televisivo), drogas, playas y “narcoterrorismo”.

El desconocimiento y la ignorancia dejan un campo vacío. Y como en las representaciones ideológicas existe, como en la naturaleza de Aristóteles, horror al vacío, la ignorancia da pie a la construcción del “exotismo”. En el mejor de los casos, conocemos algo, muy poco, de aquel país, gracias a la literatura del realismo mágico de García Márquez, continuador o prolongador a su modo de lo real maravilloso de Alejo Carpentier.

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