Nuestro epígrafe. «Si no tenemos dinero…»
Nuestro Epígrafe – Boletín Informativo del IEALC – Nº2, Agosto 2023.
El epígrafe que acompaña nuestro número 2 rinde homenaje a José de San Martín, de cuyo fallecimiento se cumplieron, el pasado 17 de agosto, 173 años.
La frase es una de las más conocidas y reproducidas del Libertador. Fue pronunciada e impresa como Orden del Día dirigida a todo el Ejército de los Andes, el 27 de julio de 1819.
Su contexto fue el de una doble amenaza inminente que ponía en peligro el plan estratégico sanmartiniano de atacar el centro virreinal del Perú por mar. Por un lado, el 11 de mayo de aquel año había zarpado de Cádiz una flota militar española con destino al puerto de El Callao, para enfrentar los planes patriotas. Por otro lado, las señales de descomposición de la autoridad estatal rioplatense crecían semana a semana.
La flota no era pequeña, considerando que los realistas ya poseían en el Perú una gran fortaleza militar, y en el sur chileno aún subsistía alguna resistencia contra los patriotas. Los cuatro barcos artillados, enviados por orden de Fernando VII, sumaban 251 cañones y capacidad para cambiar la relación de fuerzas en las costas peruanas, portaban más 1400 hombres con experiencia militar, la mayor parte de ellos destinados a reforzar el ejército en tierra, y vituallas militares. Tras ellos, la Metrópoli preparaba la “Gran Expedición a Ultramar” que prometía enviar más de quince mil soldados a reconquistar su imperio colonial.
Los problemas en la retaguardia tampoco eran asuntos menores: San Martín no recibió los recursos que solicitara al gobierno directorial, para cuyo logro había vuelto a cruzar los Andes con destino a Buenos Aires.
Por el contrario, las insinuaciones para que el Ejército de los Andes se involucrase en el combate a los insurrectos federales del Litoral pronto se transformarían en órdenes, que San Martín, en un acto que se demostró muy acertado a la luz de la Historia, desobedeció, asegurando su cruce completo a Chile y continuando su plan bajo bandera chilena, cuando la autoridad del Directorio colapsó definitivamente en febrero de 1820.
No podían saber San Martín ni sus informantes que la flota invasora sería vencida por la travesía y no por las armas. Una de las dos naves mayores, la Alejandro I, naufragó frente a las costas de Brasil y aunque pudo salvarse del hundimiento, debió volver a España. Las otras tres sufrieron daños por fuertes tormentas al cruzar el Cabo de Hornos. La otra nave mayor, la San Telmo, perdió contacto con las dos fragatas restantes, y nunca volvió a saberse su destino ni el de sus casi setecientos hombres. Menos podía saber, o al menos confiar San Martín, en que muy pronto, en enero de 1820, el Pronunciamiento de Riego acabaría para siempre con el riesgo de una gran invasión española, iniciando en la Metrópoli el trienio liberal.
A comienzos de octubre las fragatas llegaron al Callao informando la catástrofe. 150 cañones perdidos, tres cuartas partes de la tropa y los pertrechos originales. En febrero de 1820 se recibía la noticia del triunfo del Pronunciamiento de Riego, casi al mismo tiempo que las novedades de la disolución del gobierno rioplatense. En agosto, finalmente, la expedición patriota partía desde Valparaíso; Perú será independiente al año siguiente.
Pero un año antes, todo es amenaza realista con promesa de venganza.
Por ello la proclama tiene el mismo tono beligerante, decidido a todo o nada, que San Martín había sostenido en un momento análogo anterior: durante 1814 y 1815, cuando los realistas habían recuperado Chile y una enorme expedición, la de Morillo, se preparaba para dirigirse a Buenos Aires (se desvió finalmente a Nueva Granada, donde finalmente caería derrotada ante las fuerzas comandadas por Bolívar). Lejos de avenirse a la estrategia de negociar con España una rendición honrosa, como insinuaron diversos personajes de la época, San Martín promovió la Declaración de Independencia, el blindaje de la frontera norte de Salta y Jujuy, y la preparación de la estrategia de Chile y Perú.
En 1819 las amenazas eran quizás iguales o mayores, pero a pesar de todo, el Río de la Plata seguía firmemente en manos patriotas. En Chile, Maipú había sellado la derrota estratégica realista en abril de 1818, y en Nueva Granada Bolívar iniciaba una serie de victorias decisivas para la emancipación.
La arenga dice: “Compañeros del Ejército de los Andes: Ya no queda duda de que una fuerte expedición española viene a atacarnos; sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni ensartan; vamos a desengañarlos. La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar; cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos trabajen nuestras mujeres, y si no, andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios: seamos libres y lo demás no importa nada. La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje”.
Con el tiempo, se ha convertido en un símbolo de fortaleza de espíritu combativo en tiempos de desventaja material, más allá del contexto histórico en que fue pronunciada, y ello solo, basta para que perdure en la memoria histórica. Pero puede leerse en ella, también, algunas marcas de la visión del general como estratega y como conductor del ejército que fundó y condujo.
En primer lugar, no apela en ella a la sólida cadena de mando de su Ejército, sino a iguales en la bandera (el “paño”) compartida: “Compañeros del Ejército…”.
En segundo, la explicitación de los problemas y amenazas: en un par de renglones queda dicho que viene una “fuerte expedición” y que el avituallamiento propio no es el esperado. “Si no tenemos dinero…” fue la referencia al desesperado pedido al director supremo Pueyrredón, quien logra apenas cubrir el cuarenta por ciento de lo solicitado.
En tercer lugar, la presencia de las mujeres, figuras decisivas tanto en la construcción logística del Ejército como en el sostén de la retaguardia militar, y aún en la riesgosa guerra de zapa.
En cuarto, “nuestros paisanos los indios”.
La expresión, al menos en el plano discursivo, de la identidad común de indios y criollos en su condición de “paisanos” estuvo presente a lo largo de toda la guerra de independencia. Belgrano emitía sus proclamas en lenguas originarias junto a la versión en castellano. En las del Ejército del Norte, en quechua, aymara y guaraní. San Martín deja huella en numerosas cartas y documentos de la naturalidad con la que convive, negocia, pide ayuda, permisos de paso o invoca la amenaza común, frente a los pueblos pehuenches y araucanos de ambos lados de la cordillera.
Es la construcción política -y sobre todo, la discursiva- de las décadas posteriores a la generación de Belgrano y San Martín, la que rompe esa línea en un giro de 180 grados. Fue precisamente en la construcción narrativa historiográfica de San Martín y de Belgrano que una figura clave en la forja del Estado Nación, Bartolomé Mitre, expresa, en su rol de historiador, semejante giro.
Dice Mitre en su Historia de Belgrano y de la independencia argentina:
“Desmintiendo los siniestros presagios que la condenaban a la absorción por las razas inferiores que formaban parte de su masa social, la raza criolla, enérgica, elástica, asimilable y asimiladora, las ha refundido en sí, emancipándolas y dignificándolas, y cuando ha sido necesario, suprimiéndolas, y ha hecho prevalecer el dominio del tipo superior, con el auxilio de todas las razas superiores del mundo aclimatadas en su suelo hospitalario, y de este modo el gobierno de la sociedad le pertenece exclusivamente” (Mitre, 1940, p. 117-118).
Y en la Historia de San Martín y la emancipación sudamericana:
“La raza criolla en la América del Sur (…) era un vástago robusto del tronco de la raza civilizadora índico-europea a que está reservado el gobierno del mundo (…) es una raza superior y progresiva a la que ha tocado desempeñar una misión en el gobierno humano en el hecho de completar la democratización del continente americano y fundar un orden de cosas nuevo destinado a vivir y progresar” (Mitre, 1950, p. 22).
El paisano devenido otredad peligrosa a suprimir. No es, en modo alguno, la mirada de los revolucionarios de la Independencia.
Julio Moyano